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das Mystische 2.1

DESTINOS DESCONOCIDOS

DESTINOS DESCONOCIDOS

Con la llegada de la primavera y de las alergias, la idea de escapar de la rutina general va tomando cuerpo. Una escapadita -pensamos-, en este mismo momento, no nos vendría nada mal; incluso los hay que apuntan planes para las vacaciones veraniegas, esperanzados en que, de una vez por todas, embarcarán hacia un destino desconocido del que (con un poquito de suerte) no regresarán jamás.

En apenas unos días, un par de noticias nos han devuelto la ilusión de que aún es posible pasear por nuestro viejo y desgastado planeta descubriendo rincones desconocidos. El equipo de científicos de Estados Unidos, Indonesia y Australia que ha recorrido recientemente una remota selva de Indonesia, hallando a su paso nuevas especies de animales y plantas, no ha dudado en afirmar haber encontrado un auténtico Jardín del Edén, un mundo perdido, agradeciendo, eso sí, que la zona no presente ni rastro de presencia humana. "Ni una sola senda, ni un signo de civilización -ha explicado Bruce Beehler, uno de los jefes del equipo-, ni un rastro de una comunidad humana que haya vivido nunca ahí". Las ventajas del no-estar, una vez más, se ven confirmadas; nuestra propia no-presencia, al parecer, resulta en ocasiones (demasiadas ocasiones) del todo beneficiosa. El propio Beehler, en un gesto estético que le honra, nos dibuja la esencia misma de todo viaje que se precie: "Cualquiera que vaya allí -explica el naturalista- volverá con un misterio". O, como indicaba yo al principio: tomará la decisión definitiva de no regresar jamás.

Si el descubrimiento de Beehler y su equipo resulta asombroso, no menos asombroso resulta, a estas alturas, el hallazgo -en una región remota del departamento peruano de Amazonas, a unos 800 km al norte de Lima- de la tercera catarata más grande del mundo, después del Salto del Ángel en Venezuela y de Tugela Falls en Sudáfrica. La cascada de Gocta (que así se llama la maravilla), ha estado protegida durante todo este tiempo por una tupida vegetación y un muro impenetrable de misterios y leyendas (creencias mágicas sobre sirenas y serpientes que, según cuentan, dejaban petrificados a los que osaban molestarlas), que la han mantenido alejada de toda presencia humana. Stefan Ziemendorff, el alemán que por fin dió con ella, informó que Gocta, hasta ahora, no aparecía en ningún plano ni mapa. Aunque eso sí, los vecinos de la región, una vez descubierta, no han tardado en dejar de lado las sirenas, las serpientes y las leyendas, convencidos de que la explotación turística del lugar les reportará excelentes beneficios.

Cuando estos dos "destinos desconocidos" sean, por fin, colonizados, el radio de acción de nuestra imaginación se verá nuevamente reducido y los amantes de la aventura (porque, ¡qué diablos!, de esto se trataba) encajarán una nueva y dolorosa derrota. Aunque, eso sí, siempre nos quedará la posibilidad de refundar por completo el viejo concepto de "turismo" y optar por alternativas novedosas que le devuelvan a uno las ganas de vivir y de vagar en armonía por valles, ciudades y contornos. Por ejemplo: ¿se acuerdan ustedes de Pórtico, la novela de Frederik Pohl? Les cuento. Imaginen una especie de base espacial (legado de una antigua civilización ya desaparecida: los Heeche) con naves de funcionamiento desconocido y comportamiento imprevisible; pues esa es la parte de Pórtico de la que quiero hablarles. Las naves despegan en manos de humanos que tienen verdaderos problemas para comprender su extraño funcionamiento, humanos que además son recompensados con la "madre" de todas las aventuras: las naves, a pesar de la acción humana, siempre despegan con rumbo desconocido, con una dirección desconocida, y una vez en su destino a veces regresan y, a veces, no regresan. O tardan tanto en regresar que, cuando quieren hacerlo, ya nada tiene sentido.

¿Se imaginan ustedes mayor concepto de la "aventura"? Las agencias de viaje del siglo XXI deberían tomar buena nota e incluir en sus ofertas una verdadera alternativa turística que nos permita reconciliarnos con la vieja industria del viaje. Viajes con destinos desconocidos: el centro de un volcán en erupción, una calleja del Bronx, una licorería en Tijuana. O mejor: una fila de reclutamiento en la ciudad de Bagdad, cualquier lugar de Pakistán en el epicentro de un terremoto, una procesión de Semana Santa. El turista paga, pero desconoce dónde pasará sus vacaciones. Y luego, si sobrevive, decide si regresa o no regresa de su destino. Un destino desconocido, por supuesto, porque alcanzar la aventura tiene su justo precio: la muerte en directo o -esta vez sí- un bienestar perpetuo. Y la negación completa de eso que tanto nos aterra: la posibilidad del regreso.
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Del giro lingüístico al giro turístico. El turista interminable. Centro de Arte La Regenta. Las Palmas de Gran Canaria. Hasta el 29 de abril.

1 comentario

Otis B. Driftwood -

La primera vez que leí algo al respecto fue en el libro \"¡Cambio! 71 visiones de futuro\", una recopilación de artículos científico-utópicos de Isaac Asimov. Él ya adelantaba que el futuro de los viajes espaciales pasaba por familias que nacieran, crecieran, se reprodujeran y murieran dentro de una nave espacial que surcara los confines de la galaxia. Con un tono optimista, a pesar de todo, afirmaba que estos exploradores de los cuáles jamás tendríamos noticias serían colonizadores sin retorno. Algunos de ellos jamás tocarían tierra firme, pero, al haber nacido ya en el suelo metálico de un ultramoderno galeón, no les importaría demasiado.
La perspectiva es, desde luego, maravillosa... apena un poco ser conscientes de que jamás conoceremos el final de tan fantásticos viajes. Vivimos en una era a caballo entre dos grandes épocas de fabulosos descubrimientos. Menos mal que por lo menos, podemos soñar e imaginarlo.

Un abrazo.